Adivina el lugar antes de irte a dormir.


Iba hasta el final del todo, siempre.
Esperaba impaciente sin parar de moverme, tensión eterna por dentro pero indiferente por fuera.
Entraba, más luz, más gente. Me sentaba y analizaba mi reflejo, el dolor me miraba bastante directo a los ojos.
Avanzaba más, agarrandome a  cada barra como si fuese una liana mágica capaz de dar algo de fuerza.
Codos acomodados, alguien cedía su sitio, besos o broncas, café madrugador o cerveza a escondidas, miradas hacia un libro o una pantalla muda.
Cuanta gente desconocida cerca de mi, sin saber nada de mi.
Yo protegía mi mente, cada mañana, me retaba a pensar si los demás podrían llegar a imaginar cómo me sentía en ese momento. Lo difícil que me parecía estar ahí sentada, saber cómo vivir la vida, romper bucles asesinos de mentes.
Escondía mi cara triste con la cruz más mentirosa. Ellos con postura erguida y caras de paso, deseando llegar a cualquiera que fuera su destino.
Yo subía el volumen de la música hasta que me creía lo que escuchaba, el mejor refugio si estas roto.

Y ese era uno de los lugares. Porque hubo un tiempo, no hace mucho, en el que hacer eso mismo juntos podía ser la mejor forma de empezar el día.

Ahí la vida se dejaba vivir sola, ahora no se cómo era posible, simplemente ocurría.

N.

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