El tiempo.




Un día se encontraron.
Tenían poco de lo que hablar y tanto que preguntarse, que a pesar de sus velocidades tuvieron un minuto para mirarse y entender.
Puede que fuera el mejor momento; o no, quien sabe.
Habían convivido en el mismo cuerpo, conducían y guiaban al mismo alma, siempre tan llena de dudas, pero más plagada de ilusiones que nadie.
Uno hablaba de las enormes piedras en el camino, de los recuerdos anclados y de las eternas luchas mentales por avanzar cada día, de los tiempos de entrenar a la mente, y de escucharla.
El otro hablaba de forma frenética de sus horas como si fueran segundos, vivía más mañana que hoy, veía volar ante sus ojos cada viaje, explotando al máximo su magia fugaz pero con nostalgia del pasado.

Cada uno parecía haber sido el reloj de exactamente el turno adecuado, el que a ella le había tocado vivir.
Y ahora que se habían cruzado, afinaban sus agujas apostando por lo qué vendría.

Nadie lo sabía, ni si quiera el tiempo...

N.


26/05/2019

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